Antes de la construcción de los acueductos coloniales, como el de Chapultepec, la vida urbana en México-Tenochtitlan se organizaba en torno a una profunda y compleja relación con el agua y el paisaje lacustre que dominaba el Valle de México. La ciudad estaba construida sobre un islote en el Lago de Texcoco, y era parte de un sistema de cinco lagos interconectados. Este entorno acuático no era visto como un obstáculo, sino como la base estructurante de la vida cotidiana, económica y simbólica. Los habitantes se desplazaban principalmente en canoas, utilizando una red de canales que cruzaban los barrios o calpullis, y que conectaban con las grandes calzadas que unían la ciudad con tierra firme, como la de Iztapalapa o Tacuba.

 

Sin embargo, el acceso y control del agua no siempre era equitativo ni suficiente. A medida que la ciudad crecía, surgieron tensiones por el uso del recurso, y las capacidades hidráulicas prehispánicas comenzaron a mostrar limitaciones. Una de las principales dificultades era el acceso al agua potable. Aunque los lagos ofrecían una presencia constante del líquido, gran parte de sus aguas eran salobres, especialmente en el lago de Texcoco. Por ello, las fuentes de agua dulce —como los manantiales de Chapultepec, Xochimilco o Coyoacán eran de vital importancia, pero su distribución resultaba limitada. El abastecimiento dependía de canales abiertos, transporte en cántaros o sistemas que exigían un esfuerzo sostenido de mantenimiento y vigilancia. Durante la estación de lluvias, las inundaciones se volvieron un riesgo recurrente que amenazaba a la ciudad, evidenciando la fragilidad de sus sistemas de contención.