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Obras hispánicas para el agua en uso

Con la instauración del dominio español, la Ciudad de México erigida sobre las ruinas de Tenochtitlan— experimentó una profunda transformación urbana, especialmente a partir de la implementación de obras hidráulicas que buscaban resolver los persistentes problemas de abastecimiento y control del agua. Estas obras no solo respondieron a las necesidades sanitarias y urbanas del nuevo orden virreinal, sino que también sirvieron como instrumentos de consolidación territorial y de afirmación simbólica del poder colonial. Entre las más relevantes se encuentran el acueducto de Chapultepec (1538), el acueducto de Santa Fe, el tajo de Nochistongo (que inició en 1607), y una extensa red de canales de desagüe y alcantarillado que gradualmente alteraron el carácter lacustre de la ciudad. Estas intervenciones permitieron mejorar la calidad del agua disponible, reducir las inundaciones estacionales, y facilitar el crecimiento urbano sostenido a lo largo del siglo XVII y XVIII.

 

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Uno de los cambios más significativos en la vida urbana fue la conexión física y funcional de la ciudad con el continente, a través del reforzamiento y expansión de las calzadas prehispánicas como la de Iztapalapa y la de Tacuba que fueron transformadas en avenidas transitables todo el año, incluso para carretas y ejércitos. La ciudad, que durante el periodo mexica había sido estrictamente una isla rodeada por lagos y accesible solo por agua o por estrechas calzadas, pasó a convertirse en una península unida de forma permanente al continente, lo que consolidó su posición como centro político, administrativo y económico del virreinato de la Nueva España. Esta transformación no fue solo física, sino simbólica: permitió su conexión con rutas comerciales terrestres hacia Veracruz y el centro-norte minero, y aseguró su protagonismo en la red urbana colonial del continente americano.

 

Estas obras hidráulicas, sin embargo, no deben verse como simples respuestas técnicas a problemas ambientales, sino como parte de un proyecto civilizatorio que redefinió las formas de habitar y de relacionarse con el entorno. Como señala Ramón Gutiérrez, las intervenciones virreinales no solo se dirigían a transformar la ciudad, sino también a “sacralizar el territorio” según nuevos principios religiosos y culturales, sustituyendo gradualmente los referentes sagrados indígenas por una red de iglesias, cruceros, fuentes públicas y plazas. Esta sacralización del paisaje respondía a una lógica diferente: “lo barroco no ingresa en una dialéctica de conflicto sino en un proceso de integración cultural... las premisas de una acción sacralizadora encuentran una amplia receptividad en el mundo indígena y mestizo americano”. Así, los acueductos, fuentes y canales no solo fueron infraestructuras funcionales, sino también escenarios para el despliegue de ceremonias, procesiones y dispositivos visuales que reforzaban el nuevo orden colonial.

 

En este sentido, la mejora de las condiciones de vida mayor estabilidad hídrica, expansión del espacio habitable, mejor circulación y salubridad estuvo imbricada con la implantación de un nuevo modelo urbano que redefinía la relación entre ciudad y naturaleza. El agua, que en el mundo mexica era una entidad sagrada vinculada a Tláloc y a la fertilidad del paisaje, pasó a ser un recurso canalizado y administrado por las autoridades coloniales. En palabras de Gutiérrez, este cambio implicó que “el mensaje religioso del barroco... encontraba terreno fértil en las antiguas creencias del mundo indígena”, pero también las resignificaba dentro de una lógica de control y persuasión ideológica, donde las obras públicas eran también actos simbólicos de poder.

 

Así, la transformación de México de ciudad-isla a ciudad-península, su integración al sistema comercial y administrativo del imperio español, y la mejora de sus condiciones de vida urbana no pueden comprenderse sin considerar simultáneamente la dimensión cultural, política y simbólica que impregnó las obras hidráulicas virreinales. El agua seguía fluyendo, pero ahora dentro de un nuevo orden.

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